ALDEMAR GAMBA se despacha con un buen relato 
Miyamoto, un señor entrado en años, entrecano cercano a los 70 años, trabajó por mucho tiempo con Aldemar en la empresa japonesa  鈴木塗装(Hitachi Kenki).
Antes de darle paso al relato de Aldemar Gamba, recordemos que el cronista nació en La Dorada, Caldas, estudió Licenciatura en Lengua Castellana en la Universidad Católica del Norte, Colombia.
Bachiller del Instituto Nacional Dorada, donde dejó múltiples anécdotas y a innumerables admiradoras a quienes profesó incondicionalmente amor eterno. ¡Ah! ¡Tiempos aquellos que no volverán!, alcanza a decir el cronista Gamba, al recordar esos pretéritos momentos y vivencias increíbles, a veces adornados con mucha rutina, y episodios en que a más de una enamorada le prometió regresar para sacarla a vivir en matrimonio, y tener más o menos de tres a cuatro muchachitos y una o dos niñas bien hermosas, con una esposa estupenda.


En la búsqueda de hacer realidad a sus sueños, llegó una vez  Jenne Valdivieso Kondo, primero amiga de juventud, luego su eterno amor, y le dijo: "Aldemar, cojé juicio en esta vida, dejá de estar soñando y construyendo castillos en el aire, y vámonos pa' Japón. Y eso si, no fue sino escuchar estsa orden de la nueva Doña de su vida, y decir: "Mijita, usted manda, vamos pues". Ya son varios años allá, como que perdió la cuenta.

En Tokyo nació su compañero de aventuras y cómplice de sus pilatunas quijotescas, DAÍN (con tilde en la í). Por ahí escuché que a su corta edad, su hijo Daín lo pone a revolar en cuadro a Aldemar por todo Tokyo... Pero esto será tema para otro relato. Ahora le toca el turno al Señor Miyamoto.

 EL SEÑOR MIYAMOTO

Hace aproximadamente unos siete años, conocí al señor Miyamoto: un señor japonés de 61 o 62 años, que llegó a trabajar conmigo en aquel entonces porque lo habían trasladado desde otra sucursal de la empresa para la que trabajo. Un señor bajito, con muchas canas y pocos dientes, súper amable, graciosito, que habla un japonés que yo poco le lograba entender; pero siempre me sonreía cuando me decía algo. Nunca me enseñó nada, a pesar de que ya llevaba como 30 años trabajando para la misma compañía.
Desde el comienzo lo percibí como una de estas personas que viven por vivir, que trabajan por trabajar; que van y cumplen con su horario, con su trabajo, sin aspiraciones de nada. Ni siquiera de mejorar o de superarse a sí mismo, y luego vuelven a sus casas a dormir y levantarse al día siguiente para hacer lo mismo; eso podría ser lo único que yo le admiraba, su devoción al trabajo, a cumplir con su parte del contrato.
Miyamoto Chan (así le decimos casi todos de cariño y confianza, ya que en japonés la palabra “chan” convierte en disminutivo los nombres propios, por ejemplo Carlitos, Rosita, Gambita, Lopecito, etc..
El sería entonces Miyamotico), nunca se casó ni tuvo hijos, un hombre de muy bajo perfil que vive en una casa propia, amplia, llena de muebles y cosas que eran de su mamá y de una hermana (creo) que vive en otro sitio.
Casi todas las noches bebe una o dos copas de sake antes de dormir. No cocina en casa sino que va a comer generalmente al mismo restaurante-bar que queda cerca de su hogar, al que va caminando y en donde se encuentra con muchos otros empleados de la empresa, que también viven en el mismo barrio, ya que en ese barrio se encuentra la empresa donde trabajamos y es muy conveniente para muchos vivir cerca de su sitio de trabajo; por eso mucha gente de la empresa lo conoce; pero ahora por el tema del Coronavirus ya no puede ir al restaurante y tiene que comprar la comida preparada en una tienda de conveniencia (abierta las 24 horas) y llevársela para la casa y comérsela allá y luego botar a la basura el empaque plástico en donde viene la comida.
Nunca tuvo carro o moto, porque nunca tuvo licencia de conducción; casi nunca paseó y me di cuenta que conozco yo más lugares de Japón que él y eso que yo nunca tengo plata para pasear ni voy a ningún lado y soy extranjero y llegué hace unos años. Pero yo he salido a pasear más que él en toda su vida. Porque siempre estuvo consagrado al trabajo, haciendo horas extras, trabajando sábados y feriados, siempre y cuando hubiera trabajo, él estaba ahí: un buen representante del verdadero trabajador japonés, que no cuestiona lo que tiene que hacer para cumplir con su parte del contrato y ayudar a salir al país adelante.
Hace unos cuatro años dejé de trabajar con él porque en medio de traslados y traslados, terminamos trabajando en diferentes lugares y solo nos veíamos en las reuniones sociales de la empresa.
Pero desde el primero de abril de este año 2020, me trasladaron a la sucursal en donde lo conocí, pero entré en una sección nueva para mí; porque nunca antes había trabajado ahí, y allí estaba MiyaChan.
Fue muy agradable volver a verlo, aunque ahora lo vi un poco más viejo, más cansado, más lento, más distante, más callado, igual de trabajador, siempre sonriente y súper amable conmigo; Ahora tiene 68 años. Ya está pensionado y no es más empleado de mi compañía sino que trabaja para ella como un empleado temporal, sin contratos firmados pero sí con acuerdos periódicos.
El actual es hasta mayo y luego no sabe hasta cuándo, ni dónde trabajará. ). Entonces, es un empleado temporal que va a trabajar solamente tres días por semana (iba, porque desde hoy ya no trabaja más con nosotros… Ahora entenderán por qué).
En esta ocasión (por fin) aprendí algo de MiyaChan…
Ayer en tono de broma le dije “Oiga, enséñeme cosas de esta sección porque soy nuevo acá y usted es un veterano; ¿qué tal que usted se vaya o se muera y nadie más sepa hacer el trabajo de acá? ¡enséñeme!”. Y él simplemente se rió y me dijo que eso era falso, que otros saben hacerlo pero nadie lo hace.
Entonces me preguntó que qué quería aprender, y yo desde hacía unos días quería saber de dónde venían ciertas cosas y para dónde iban ciertas cosas y dónde estaba el lugar en donde podía botar adecuadamente un casco que ya no uso más, y él me dijo “vamos a dar un paseo por la fábrica y le explico”; yo no sabía que íbamos a tener que caminar tanto, (eso me pasa por sapo, terminé cansado).
Nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos, hablando de trabajo y de cosas personales, (por eso sé sobre los muebles de su casa y cuánto dinero recibe de pensión japonesa, que no lo escribí antes, pero es casi el mismo valor de mi actual salario con horas extras, jajaja, son doscientos setenta mil yenes mensuales por haber hecho aportes durante más de 48 años al sistema de pensiones, y yo apenas llevo 13), en fin, me desvié del tema, perdón, ayer sí me enseñó cosas y después de caminar juntos, cuando volvimos al sitio de trabajo ya faltaban 30 minutos para que se terminara la jornada laboral. Y
Y estaba esperándonos uno de los gerentes de la compañía y le dijo a MiyaChan que se cambiara la ropa de trabajo y que fuera a la oficina en 10 minutos, que querían explicarle algunas cosas.
Así lo hizo y se fue para la reunión y yo empecé a organizar todo para irme a mi casa porque ya se había acabado un día más.
Sonó la campana y todos nos fuimos caminando hacia nuestros vestidores.
En la mitad del camino, a unos 30 metros delante de mí, vi salir a MiyaChan de la oficina y él también me vio, entonces con mis manos le hice el gesto de “¿qué pasó?” y él simulando un cuchillo con el dedo índice de la mano derecha, se lo pasó por el cuello como cuando degüellan a un ser vivo o le cortan su garganta. En japonés a esa señal se le dice “kubi” y literalmente esa palabra significa “cuello”, pero la señal significa “despido”.
Yo le dije “mentiroso” porque no podía creer tal cosa, y mientras yo continué caminando hacia su encuentro me dijo que estaba hablando en serio, que le habían dicho que debía tomar unos días compensatorios que no había tomado (días libres remunerados, tipo vacaciones) y que sumando esos días daba exacto hasta el fin de mayo, entonces no era necesario que fuera a trabajar más.
Así nomás, fue su último día sin saberlo; 37 abnegados años trabajando y no se alcanzó a despedir debidamente de casi nadie. No hubo palabras de agradecimiento para él en la reunión matutina; ni tampoco tuvo la oportunidad para dar un discurso de despedida. Ni se organizó una reunión para beber en honor de su partida. Porque están oficialmente prohibidas desde ayer por la empresa debido al Coronavirus…
Nada, no hubo nada de despedida para MiyaChan… Yo continué caminando hacia el vestidor para cambiarme y recoger mis cosas pero no lo podía creer, estuve todo ese tiempo mientras me cambiaba de ropa haciéndole preguntas pendejas como por ejemplo si después venía a despedirse bien, si después volvía con otro tipo de contrato, si iba a haber una reunión para despedirlo, y otras preguntas bobas que tenían implícita alguna excusa para volver a verlo, y a todas respondió que no.
Él ya estaba cambiado de ropa desde antes de ir a la reunión en la oficina. Entonces mientras yo me cambiaba de ropa, él estuvo simplemente recogiendo sus pertenencias del casillero y trató de
salir lo más rápido posible de ahí.
Estábamos unos ocho hombres cambiándonos de ropa y nadie parecía saber lo que estaba ocurriendo; MiyaChan se estaba despidiendo sonriente en voz alta para quien quisiera escucharlo y empezó a caminar para irse y yo le puse mi mano sobre su hombro y le dije mirándolo a los ojos “otsukaresama deshita” (lo que en japonés traduce como un agradecimiento al esfuerzo depositado en el trabajo que realizó, y es algo que se dice entre los compañeros de trabajo, sin importar el rango que tengan), y MiyaChan me puso su mano torpe y bruscamente sobre mi mano que estaba en su hombro y, sonriéndome como siempre y mirándome a los ojos me dijo “no es otsukaresama, es sayōnara” y se fue…
Para quienes no sepan mucho del idioma japonés, la palabra “sayōnara” que es tan conocida, no se usa para las despedidas normales como cuando decimos chao, bye-bye, hasta luego o hasta pronto… Sino que es una despedida trascendental que lleva implícita la casi certeza de que nunca más se van a volver a ver.
Es muy poética porque, aunque sí se usa para despedirse definitivamente de alguien o de algo, también tiene como trasfondo una empatía de agradecimiento por el tiempo que se compartió estando juntos, por los beneficios mutuos y es también como dejar abierta la puerta para volver a encontrarse en otra vida tal vez, en un paraíso, en la fuente inicial, en el más allá… después de todo.
Se me aguaron los ojos cuando vi a MiyaChan darme la espalda para irse caminando, porque ya sabía que esa era la última vez que lo vería salir caminando de los casilleros, cansado, con su maletica y su gorro para disimular lo despeinado que va, diciéndole “otsukaresama” a toda esa gente que ha conocido durante 37 años en esa misma empresa.
Yo soy un llorón, ¿cómo no se me iban a aguar los ojos en ese momento? Pero seguí con mis cosas, nadie se dio cuenta de mis ojos brillantes (esas son algunas ventajas de estar entre hombres) y me terminé de vestir y salí hacia mi parqueadero caminando junto a otro compañero de trabajo que parquea su carro junto al mío, y me fui por el camino renegando varias veces sobre lo que acababa de pasar con MiyaChan y a ese compañero que iba conmigo parece que no le afectó tanto la noticia. Parecía estar acostumbrado, o no sé…
Definitivamente soy de una cultura diferente y no me adapto aún a ciertas cosas. Esto era todo lo que tenía para contar sobre MiyaChan… Quise honrar de cierto modo su tiempo de trabajo, su paso por la vida de muchos. Lo hago yo, porque probablemente nadie más lo va a hacer. Su vida no fue insignificante, ninguna lo es.
Espero que a partir de hoy no empiece su decaimiento sino que por fin encuentre el tiempo para vivir un poco más y vea más allá de las paredes y las rejas de una fábrica.
Miraré siempre con una nostalgia cariñosa el lugar donde se botan los cascos.
Sayōnara Miyamoto San.

Tsukuba. Abril 9 de 2020

Comentarios y reacciones

Lizeth Zapata Ramirez Son unas sentidas palabras para este hombre, tanto que hasta a mí se me hizo un nudo en la garganta con una realidad de todas las empresas, por más tiempo que tu le dediques, al momento de salir ya no eres nadie. El sentimiento queda en las personas.

Carlos Gamba. Un hermoso Elogio de la Cotidianidad cuyo valor desconocemos.

Aderia Kondo. Sakamoto Muchas bendiciones.

Jennie Valdivieso Kondo. Lloré...

Fernando Gamba López. Me llamó la atención ese estilo tuyo para hacer este relato y expresarte de una forma muy gambiana, cuya impronta es hacer un relato con múltiples detalles de la vida. Me enseñaste mucho lo que es la diferencia entre la idiosincrasia japonesa y bueno, la indiosincrasia colombiana, que uno le gusta ser más detallista, sentimental y hasta le sale del corazón llorar en ocasiones tan excepcionales. Muchas gracias por esta impactante historia que sólo me permite concluir: definitivamente me quedo con la idiosincrasia nuestra. Si Juan Gamba, mi padre y tu tío abuelo, leyera este relato, estaría diciendo: "Este berraco sobrino mío es un muy bueno pa boliar escritura, y se pule tanto que uno termina diciendo: claro, al no haber más, es bueno pa' escribir pero a su estilo", Mejor dicho, es bueno que ese estilo narrativo tuyo, no lo manejes tan a cuenta-gotas, no pierdas la devoción... y cuídate que vos vas a vivir muchos años.
PD/ Me hiciste acordar de Myriam, tu venerada madre, ella me dijo una vez. "ALDEMAR, AY ALDEMAR.... Fernando, tienes que aprender mucho de él, más que todo a conocerlo, es rebelde y todo, le gusta ser muy libre, pero sale con unas ocurrencias que me impresionan mucho, pero me llegan al alma cuando me acuerdo de él, en mis horas de trabajo de enfermería, al punto que mis compañeras de labores a veces me esperan y me preguntan: A ver Myriam, contanos con que te salió tu hijo Aldemar, ese muchacho va a llegar muy lejos".
Por eso estudiaste, te fuiste a vivir tu vida con tu propio cuento y a tu estilo, y bien lejos que es donde vos estás.... Fraternal saludo de incondicional admiración.